Supongamos que dentro de cada uno de nosotros existe un centro de poder que es el responsable de conservar la vida y esta conectado con una fuente de poder universal. Cada centro tiene un generador que produce la energía para continuar la vida. Este centro recibe su combustible de nuestra respiración, la cual procede de una fuente central de energía. Sin respiración, no hay vida.
El generador tiene muchas válvulas que controlan la frecuencia de energía de cada persona, su cantidad y las direcciones en que será canalizada. Imaginemos también que las válvulas de control son el conocimiento y lo sentimos por nosotros. Nuestro lenguaje y actividades corporales reflejan nuestros pensamientos y emociones. Cuando nos apreciamos y amamos, nuestra energía crece; cuando utilizamos esta energía de forma positiva y armoniosa para conservar un sistema que funcione sin problemas en nuestro interior, la energía crea un fundamento firme a partir del cual el puede resolver de manera creativa, realista y compasiva todo aquello que nos presenta la vida.
Por otra parte, si una persona se desprecia, se siente limitada, disgustada o tiene alguna actitud negativa, la energía se vuelve difusa y fragmentada.
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